"El Tiempo que Tenemos": Los pedazos de nuestra memoria hacen el todo
- Joaquín Robles
- 26 nov 2024
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 26 nov 2024

Una conversación en la cocina, un baño compartido entre risas, la ternura de un toque fugaz, nos recuerda que lo que más importa no son los grandes gestos, sino cómo elegimos vivir esos instantes que parecen pequeños pero que significan todo.
El Tiempo que Tenemos es una de esas películas que trasciende el simple relato de una historia de amor para convertirse en un retrato íntimo y profundamente humano de cómo enfrentamos la vida, la enfermedad, la muerte y, sobre todo, cómo decidimos vivir. Dirigida por John Crowley y protagonizada por Florence Pugh y Andrew Garfield, la película explora las complejidades de las relaciones modernas, las inquietudes de una generación, y las preguntas universales sobre el legado que dejamos atrás.
Una Nueva Generación de Relaciones
En el centro de la película están Almut (Pugh), una chef moderna y ambiciosa, y Tobias (Garfield), un vendedor de cereales británicos cuya aparente sencillez contrasta con la intensidad de su vínculo. Lo que hace especial esta historia es cómo representa una evolución en las formas de relacionarse de las nuevas generaciones. Almut y Tobias no son la pareja tradicional que persigue ideales románticos grandilocuentes; su conexión es real, cotidiana y tangible, construida sobre la comunicación honesta, el respeto mutuo y una vulnerabilidad que hoy define a muchas relaciones contemporáneas.
La masculinidad de Tobias es especialmente notable. En una era donde los hombres son cada vez más conscientes de sus emociones y se les permite expresarlas sin temor a juicios, Tobias encarna una masculinidad que no es frágil, sino consciente, capaz de sostener a Almut emocionalmente mientras enfrenta sus propios miedos. Esto resuena particularmente con la transformación de la idea del amor romántico en algo más inclusivo y auténtico.

Paternidad y ambiciones: El reto de la individualidad
La película también aborda cómo los millennials enfrentan la paternidad y las ambiciones personales en un contexto de creciente individualismo. La llegada de Ella, la hija de Almut y Tobias, no se convierte en el centro absoluto de sus vidas, sino en una parte significativa que coexiste con sus objetivos y sueños. Esto refleja cómo muchas parejas modernas buscan equilibrar el deseo de construir una familia con la necesidad de conservar su identidad individual.
Este equilibrio se pone a prueba cuando Almut enfrenta una enfermedad terminal. En lugar de volverse un relato de sacrificio, El Tiempo que Tenemos plantea una pregunta más profunda: ¿cómo hacemos compatible la inminencia de la muerte con una vida llena de objetivos por alcanzar? ¿Cómo queremos ser recordados? Para Almut, el cáncer no define quién es. A través de una comunicación honesta con Tobias, se enfrenta a estas preguntas de manera valiente, buscando ser recordada por la persona que siempre fue, no por la enfermedad que la consume.
La comunicación como pilar del amor
El núcleo de la relación de Almut y Tobias es su comunicación. No se trata solo de hablar, sino de escucharse, de respetar los deseos y temores del otro, incluso cuando son difíciles de aceptar. Es gracias a este diálogo constante que la pareja logra mantener el amor vivo mientras lidian con las complejidades de la vida y la muerte. ¿Cómo se percibe el amor? No como un destino, sino como un proceso continuo de entendimiento y apoyo mutuo.

Memoria y Legado
Lo más fascinante de El Tiempo que Tenemos es cómo su narrativa no lineal refleja nuestra propia memoria. Los recuerdos no se ordenan de manera cronológica; los momentos más significativos quedan grabados como fragmentos atemporales que nos marcan y definen. La estructura de la película, que salta entre diferentes etapas de la vida de la pareja, no solo es un recurso estilístico, sino un comentario sobre cómo vivimos y somos recordados: no como una secuencia, sino como una colección de momentos que dejan huella.
El enfoque de Crowley en los detalles cotidianos –una conversación en la cocina, un baño compartido entre risas, la ternura de un toque fugaz– nos recuerda que lo que más importa no son los grandes gestos, sino cómo elegimos vivir esos instantes que parecen pequeños pero que significan todo.
El Tiempo que Tenemos es un fiel reflejo de nuestra época. Es una película que abraza la sensibilidad de una generación que no teme hablar de emociones, que busca equilibrar sus ambiciones con su deseo de conexión, y que entiende que el legado más importante que dejamos son los momentos que vivimos y cómo los compartimos con los demás. Florence Pugh y Andrew Garfield entregan interpretaciones conmovedoras, encarnando una relación que madura con amor y respeto en medio de la adversidad.
Más que una simple película romántica, es una meditación sobre el amor, la vida y la memoria. Nos invita a reflexionar no solo sobre cómo vivimos, sino sobre cómo queremos ser recordados, y nos deja con la certeza de que, aunque el tiempo es efímero, las huellas que dejamos pueden ser eternas.