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"La Semilla del Fruto Sagrado": La liberación tiene rostro de mujer.


Desde su exilio en Alemania, Mohammad Rasoulof continúa desafiando la censura iraní con La semilla del fruto sagrado, una obra de denuncia y resistencia. Estrenada en un contexto de creciente represión en Irán, la película no solo refleja la brutalidad del régimen, sino también la lucha de las mujeres por su libertad. Rodada en secreto, la historia adquiere un peso aún mayor al entrelazar lo político con lo íntimo, convirtiendo el hogar en un reflejo de las tensiones.



La historia explora la profundidad de la misoginia y la teocracia en Irán de una forma muy particular: a través de las dinámicas internas de una familia.

Honestamente, lo más difícil de escribir sobre esta película es que no es ficción, pero ¿sí lo es?


Rasoulof construye un slow burn, pero con un propósito. Cuando toma ritmo, se convierte en uno de los mejores thrillers del año. Demuestra la perseverancia y la resistencia, todo mientras esta familia se desmorona, al igual que la política del país.


El filme comienza con el padre (Iman), pero el enfoque rápidamente cambia hacia las hijas y su madre (Najmeh), quienes se posicionan como la esperanza de liberación de Irán de un gobierno regresivo y patriarcal. La madre es el verdadero centro emocional de la historia, la línea de desarrollo y crecimiento. Gracias a sus hijas, ella se libera no solo de su prisión física sino también mental. Mostrando una evolución clara, conmovedora y poderosa.


Esta obra es el llanto del corazón de Mohammad Rasoulof por su patria, un reporte necesario de la realidad que enfrentan las mujeres en Irán.

A lo largo de la historia, vemos cómo el padre inicia una represión dentro de su hogar, convirtiendo lo político en personal al asumir el rol de investigador. La presencia del arma dentro de la casa y la expectativa de que esta se dispare juegan un papel fundamental en la narrativa: es la metáfora perfecta de la oscuridad que se aproxima. El arma acompaña a los personajes a lo largo de la historia y su clímax logra cerrar el círculo por completo.



La película juega constantemente entre la complicidad y la negación. La relación entre el padre y la madre es un reflejo de ello: la confianza ciega inicial, el enfrentamiento crudo con la realidad y el cuestionamiento no solo del sistema, sino también del esposo. Iman no busca nada más que proteger su estatus, incluso si eso significa poner a su familia en la línea de fuego. Cuando su arma desaparece y está a punto de perder su puesto, finalmente vemos su lado más monstruoso, el cual había logrado ocultar frente a su familia. Este momento resulta catártico para las tres mujeres, quienes finalmente comprenden que solo se tienen la una a la otra para protegerse.


La semilla del fruto sagrado es una obra cruda y poderosa, que no solo denuncia, sino que también resiste. Un filme que permanecerá en la memoria de quienes lo vean.

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