"Flow": A veces, solo hay que confiar
- Violeta Reyes Gutiérrez
- 3 mar
- 2 Min. de lectura
¿Quién diría que una película animada, con una de las propuestas visuales más experimentales de los últimos años, sin diálogos y en apenas 83 minutos, podría transmitir tanto?

Esa es Flow, la ganadora del Óscar 2025 a Mejor Película Animada. Dirigida por Gints Zilbalodis (Away, 2019), esta obra, realizada con un pequeño presupuesto y respaldada por una larga campaña de distribución y premios, terminó coronándose con el máximo reconocimiento de la temporada.
En un mundo donde la sociedad se ha extinguido, seguimos la travesía de un gato negro que, tras una gran inundación, se ve forzado a buscar un nuevo rumbo. En su viaje, deberá enfrentar la soledad, la incertidumbre y las decisiones que marcarán su destino, mientras se cruza con otros personajes que, de una u otra forma, transformarán su camino.

Con un presupuesto de apenas 3.5 millones de dólares, creada desde cero con un Software gratuito y un equipo de 50 personas, Flow logró conectar con audiencias de todo el mundo gracias a su impresionante belleza visual y a la capacidad de hacernos formar parte de su historia sin necesidad de palabras. Su éxito no solo demuestra la fuerza del cine independiente, sino que también abre una ventana de oportunidad para que más creadores puedan compartir sus historias, sin depender de grandes estudios o enormes presupuestos. En una industria donde la animación muchas veces está dominada por gigantes, Flow es una prueba de que lo importante no es el tamaño de la producción, sino la fuerza de la visión detrás de ella.
La película nos plantea la importante tarea de observar y hacer un espacio a la pausa. Al no contar con un guion tradicional, nos invita a contemplar cada cuadro, a detenernos y conectar con los personajes, que en este caso son animales tan reales como aquellos que nos acompañan en nuestra cotidianidad. Su director, Gints Zilbalodis, ha dejado claro que más allá de transmitir un mensaje, su intención es generar una experiencia emocional. Como él mismo mencionó en una entrevista:
“Para mí, es mucho más importante crear una experiencia emocional que transmitir un mensaje. Es algo que no puedo explicar con palabras. Si pudiera, no habría necesitado hacer esta película.”
Y es justamente en esa ausencia de palabras donde radica su poder: Flow no nos dice qué sentir, simplemente nos deja experimentarlo.

Es en esa experiencia en donde la película encuentra su mayor valor. No busca dar respuestas ni cerrar su historia con una lección clara. Más bien, nos invita a vivir el viaje junto a su protagonista, a sentir la incertidumbre de lo desconocido, la calidez de la compañía y la necesidad de soltar cuando es el momento adecuado. Al final, no se trata de entenderlo todo, sino de simplemente dejarse llevar.