"Cónclave": Un reality show católico

En Cónclave, Edward Berger, el director alemán que nos sacudió con Sin novedad en el frente (ganadora de cuatro premios Oscar el 2022), traslada su mirada crítica del campo de batalla a otro tipo de guerra: la silenciosa y enclaustrada que se desarrolla en los pasillos del Vaticano. Con un guion que mantiene la tensión sin necesidad de explosiones, Berger demuestra su oficio para retratar las disputas del poder, esta vez en un escenario donde las armas son las conversaciones de pasillo.

Basada en la novela homónima de Robert Harris, Cónclave nos adentra en el ritual cerrado y arcaico de la elección de un nuevo papa tras la muerte del pontífice. Pero más allá de ser un relato sobre la fe, la película es un agudo análisis del poder: cómo se construye, cómo se negocia y, sobre todo, cómo se disfraza de virtud. Berger transforma este proceso en un espectáculo que se asemeja a un reality show, donde los participantes compiten por el liderazgo con estrategias que bailan entre lo burdo y lo funesto.

El reparto de Cónclave está compuesto por verdaderos titanes de la actuación. Ralph Fiennes (Cardenal Lawrence), en el papel principal, ofrece una interpretación digna de su trayectoria, encarnando a un cardenal británico atrapado entre una crisis personal y las maniobras políticas que lo rodean. Su capacidad para transmitir complejidad emocional con gestos mínimos convierte a su personaje en el epicentro silencioso de la trama, un hombre que observa, calcula y, finalmente, actúa con una fuerza que nunca necesita alzar la voz para imponerse. Stanley Tucci (Cardenal Bellini), por su parte, aporta su característico carisma cínico, llenando a su personaje de ambigüedad. Con su inteligencia afilada, Bellini se mueve en el cónclave como un jugador experto, navegando entre alianzas y traiciones.

Pero es Isabella Rossellini, en el papel de la hermana Agnes (nominada a Mejor Actriz de Reparto en los Oscar 2025), quien, a pesar de su breve participación, irrumpe en la pantalla con la fuerza de un mazo en este Olimpo del patriarcado. A pesar de su posición subordinada como madre superiora encargada de supervisar el cónclave papal, Agnes se abre camino una autoridad silenciosa. Su presencia pone en evidencia la tensión entre la sumisión impuesta a las mujeres por la jerarquía eclesiástica y la capacidad latente de influir en decisiones trascendentales. Rossellini construye un personaje que refleja la resiliencia y la agencia de las mujeres dentro de una estructura profundamente patriarcal, subrayando cómo incluso en los márgenes del poder, hay voces que resisten, observan y, en silencio, transforman.

La cinematografía de Cónclave es uno de sus grandes logros. Berger, junto al director de fotografía Stéphane Fontaine, construye una atmósfera que refleja las contradicciones del Vaticano. Los encuadres simétricos, la iluminación sombría y la meticulosa composición visual evocan la estética de pinturas renacentistas, pero en lugar de santos y mártires, lo que vemos son hombres comunes, consumidos por sus debilidades humanas.

Lo más interesante de Cónclave es cómo Berger expone el espectáculo que se esconde tras la solemnidad. La película nos muestra cómo la Iglesia Católica, con toda su estructura milenaria, funciona como cualquier otra institución de poder: sus líderes no son santos iluminados, sino gerentes de una organización multinacional que se mueve al ritmo de intereses políticos y personales. Los cardenales, encerrados en la Capilla Sixtina, parecen competidores de un reality show, luchando por mantenerse en pie para ganar el puesto CEO.

Sin revelar detalles, el desenlace de Cónclave da un giro fresco. Lo que podría haber sido un final predecible se transforma en una poderosa declaración sobre la naturaleza del cambio: no siempre proviene de quienes luchan por el poder, sino de aquellos que, por su propia existencia, desafían las reglas del juego.